09 agosto 2008

Mi vida entre salvajes

Un viejo que leía novelas de amor es una novela que se me ha cruzado en mi camino como lector decenas de veces. Siempre, a pesar de las buenas críticas, he rehusado leerla. Por hache o por be siempre he encontrado una mejor opción. Lo compré para un regalo que nunca llegué a dar y me daba cierta vergüenza verlo pulular por casa sin que se le dedicara la más mínima atención al libro.

Su autor, Luis Sepúlveda, un ecologísta convencido (dedica el libro a Chico Mendes, defensor de la amazonía), nos adentra en la selva, un lugar llamado El Idilio, más abajo del Caribe y muy cercano al Amazonas y su selva.

Nos cuenta la historia de José Antonio Bolívar, un viejo que huyó de la civilización y sus convenciones para vivir en la selva con su mujer. Su mujer, después de un peregrinaje y diversos intentos por adaptarse al nuevo estilo de vida y asentarse en la selva, muere por unas fiebres imposibles de curar. Deja a su esposo enfermo de amor, añoranza y con la firme convicción de que volver al núcleo "civilizado" resultaría un error garrafal. Esa imposibilidad de escapar de un determinado lugar viene dada por el hecho de que la selva ya forma parte de él, de su identidad. Encuentra su lugar, lo cual determina que en cualquier otro es un extranjero. El protagonista menciona en dos ocasiones "...durante el día la vida es el hombre y la selva, ambos se distinguen, por la noche todo es selva...".

Estas frases me han hecho pensar en los inicios de la literatura de los países hispanoamericanos, que durante el S.XX se incorporaron a una manera autónoma de ver el mundo y tratar de poner puntos sobre ciertas íes. La literatura era indispensable para sellar culturalmente qué estaba pasando, cómo vivían...y cuál era su punto de vista respecto al conquistador. Así, novelas como La Vorágine de José Eustasio Rivera, Raza de bronce de Alcides Arguedas o Doña Barbara, de Rómulo Gallegos (entre muchos otros) incidían en esa imagen, contraria a la que el conquistador había dado de los salvajes. En estas obras ellos toman la voz y ofrecen su visión del mundo, totalmente distinta a la difundida por el colinizador (civilizado). La novela de Sepúlveda actúa como espejo y trata de devolverle el reflejo al hombre "civilizado", quien por sonrojante que sea el reflejo actúa de manera implacable.

Tengamos en cuenta que en ocasiones hablamos de Latinoamérica como si fuese un todo, olvidando que hay paises diferentes, con culturas diversas y maneras opuestas de entender la vida. Puntos en común hay muchos, para empezar la lengua (obviamos el factor indígena, claro). Y precisamente esta historia va de eso: el indígena frente al hombre occidental (civilizado, supuestamente): la civilización frente a la barbarie. Resulta curioso que para los occidentales los indígenas siempre resultaron ser unos bárbaros, con costumbres absolutamente reprobables...y la realidad resultó ser otra bien distinta: el hombre blanco se impuso al indígena, de hecho le impuso su cultura, su lengua, sus costumbres y aniquiló lo que ya tenían.

Visto así ¿quién fue más barbaro: el conquistador o el conquistado?

A pesar de todo, la novela mira con recelo el pasado y lo pone de manifiesto reclamando que aquellos tiempos de conquista colombina resultan lejanos, pero el esquema es algo muy presente. Ahora, la conquista está acabando con ésto: la selva...