30 noviembre 2006

PERRO CAGÓN, DUEÑO CABRÓN...O PUTA. Subtítulo: "Cuando él se caga, la culpa también es tuya"

De repente me resulta muy llamativo el hecho de que cuando uno se propone tener animales en casa, como perros o gatos, siempre recurra a las comparaciones entre ambos. Digo entre ambos porque son los más habituales. Siempre se argumenta que los perros dan más trabajo. Hay que sacarlos para que estén contentos, para que hagan sus necesidades, hay que educarlos para que mantengan unos hábitos, llevarlos periódicamente al veterinario, etc…Sin embargo, el perro siempre se enfrenta a un oponente —opuesto irreconciliable— como es el gato. Un gato siempre se dice que es más independiente y goza de una autonomía que, ciertamente, para sí quisieran los canes. La consecuencia es que muchas veces estos simpáticos felinos caseros le ganan la partida a la raza canina.

No obstante hay mucha gente que no soporta esa autosuficiencia de los gatos y, por ello, el perro resulta más un reto y una actitud a la hora de forjar nuevos hábitos en aras de que la mascota en cuestión disfrute de una vida cómoda junto a ti.

A pesar de ésto, yo sufro a unos vecinos que tienen dos perritos, muy “coquetos” ellos, pero a la vez endiabladamente molestos. Ladran a deshoras y en los días de lluvia dejan el pasillo con un hedor a perro mojado que se apodera tanto de mi estado de ánimo que hace que, al sopesar pros y contras en mi balanza, me incline muy a mi pesar por los gatos.

En mi caso hay que añadir el hecho de que mi compañero de piso declaró una beligerante alergia a toda suerte de mascotas y animales de compañía, de cualquier índole y/o pelaje.

Él siempre argumenta: “¡Mira cómo están las calles de esta ciudad! ¡Llenas de mierdas!” Mierdas de perro, se entiende, que hacen instintivamente sus necesidades en los sitios más insospechados. Bueno, más que “insospechados” debería sustituir ese calificativo por “visibles”. De entre estos sitios uno de los preferidos por los canes es, sin duda, la acera. Lo digo porque ellos, poseídos por esa necesidad imperiosa de descargarse, no reparan en buscar un discreto escondrijo —como cuando esconden comida—.

…y digo yo: “¿al dueño o cuidador del animal no le da vergüenza que esté ensuciando la calle de esa manera tan vil delante de sus narices y sin hacer nada?” Es obvio que no recrimino al perro este “gesto” instintivo ni propongo que al animal se le ponga un tapón de corcho en el culo, pero sí que los dueños tengan un poco más de cuidado y miramientos. En definitiva, que sean más responsables y consecuentes con lo que es tener un animal.

Hace meses paseando por Triana, casualmente con la cámara en la mochila, encontré esta foto que quedará para la posteridad en mi colección personal:



27 noviembre 2006

Más dura será la caida


El Amor
dura tres años

El amor es un combate perdido de antemano”. Así comienza la novela de Frédéric Beigbeder, un texto en el que el autor, tomando como hilo conductor el proceso de separación de su mujer y progresivo enamoramiento de otra, elabora una teoría tan hilarante como desvergonzada del amor y su duración.

Habla del amor como algo fortuito y siempre condenado al fracaso. La concepción del amor queda reflejada basándolo en el entendimiento del mismo como una actividad hormonal frenética que supone conocer a alguien que desestabiliza tu panorama afectivo. Ahonda en la cuestión de la duración del amor alegando una experiencia propia. Propone dicha situación como ejemplo, pero que en cualquier caso, sea cual sea, sucede lo mismo indefectiblemente. Con ese pretexto y, en medio de esa devacle que supone el divorcio del protagonista, nos lleva por todo tipo de fiestas de sociedad parisinas, tugurios de mala muerte y relaciones sociales tan insustanciales que el lector no alcanza a entrar de lleno en la trama por sentirse asqueado ante el ambiente que se le propone. En consecuencia, nos deleita con párrafos como el que sigue:

Así que, arrastrándome, regreso a casa, con el rostro inundado de poppers derramado, apestando a pies y boca, hacía años que no estaba tan borracho, con unas ganas terribles de vomitar y cagar al mismo tiempo, imposible hacer las dos cosas a la vez, hay que elegir. Elijo evacuar primero mi diarrea, sentado en el retrete, una salsa infecta y pestilente salpica la loza…

Se nota una altísima dosis de credibilidad, tal vez (no soy consciente) por el hecho de que está basado en una experiencia personal –autobiográfica, dicho de otro modo-. Este carácter pseudobiográfico hace que, honestamente, el libro sea leído más por morbo que por cualidades estéticas o literarias.

Beigbeder destaca en este libro por la ingente cantidad de aserciones y conclusiones tremendamente previsibles, es decir, frases y opiniones que todos hemos escuchado tantas veces que “casi” se vacían de contenido. Frases como las siguientes inundan el libro: “Hay que decidirse: o vives con alguien o lo deseas. No se puede desear lo que se tiene, es antinatural Digo “casi” por el hecho de que no sorprende en absoluto, pero sí que contribuye a dibujar al personaje en cuestión. No obstante, me parece una opción poco acertada, pues el lector se anticipa sin quererlo, palpita ferozmente la ausencia de espontaneidad y, para colmo, dilata la acción innecesariamente.

Otras lindezas con las que nos deleita rezan lo siguiente: “Todas mis preocupaciones nacen de mi incapacidad pueril por renunciar a la novedad, de una necesidad enfermiza de ceder a la atracción de mil posibilidades increíbles que ofrece el porvenir. Es increíble cómo me excita mucho más lo que no conozco que lo que ya conozco. ¿Acaso soy anormal?” Correcto, señor Beigbeder, para nada es anormal, pero sí simple. Tan simple que antes de la mitad del libro el receptor ya ha llegado a la conclusión -provablemente sin equivocarse- de que este libro es como un gran páramo regado con sal.

Confieso que lo terminé porque lo empecé, y más por morbo y callar mi conciencia al tirar 12.95 € directamente a la basura. Terminaré esta reseña haciéndome eco de palabras del propio autor:

¿qué quieres que haga si esto es lo más grave que me ha ocurrido? Éste es el libro de un niño mimado, dedicado a todos los imprudentes que son demasiado puros para vivir felices. El libro de aquellos a los que les toca apechugar con el peor papel y a los que nadie compadece. El libro de aquellos que no deberían sufrir por una separación que ellos mismos han provocado…

...ahora, leerlo depende de tí...

22 noviembre 2006

El Cofre de los 100 Tesoros

Matilde Asensi, autora de libros tan celebrados como El origen perdido o El último Catón, publica su nueva novela, Todo bajo el cielo, perfilándose como una magistral contadora de travesías llenas de aventuras creíbles y poderosas historias que nos acercan a realidades histórico-culturales muy distantes en el espacio y en el tiempo.

En Todo bajo el cielo, su última novela y la gran apuesta de Planeta esta temporada, Asensi nos traslada a la China de principios de siglo XX, haciéndonos bucear en las entrañas de este particularísimo país y su golosa cultura y filosofía.
La historia da comienzo cuando la protagonista, Elvira, una pintora española afincada en un París que bulle con la eclosión y desarrollo de las vanguardias, en especial las pictóricas, recibe la noticia de que su marido, un comerciante de seda francés, ha muerto en Shangai a manos de unos maleantes callejeros. Este punto de arranque sirve a la autora para desplazar el escenario de su narración y de sus personajes, y así profundizar tanto en el conocimiento de la personalidad e historia íntima de su protagonista, como en el de la cultura china y en el de los personajes que se cruzan en el deambular de Elvira por oriente.

Asistimos a la llegada de Elvira con su sobrina Fernanda a Shangai y su progresivo derrumbe emocional ante la ruina económica que su marido le deja como herencia. Casi sin quererlo descubre que la muerte de su marido no ha sido algo precisamente azaroso. Éste es el cabo de la madeja del que la pintora empieza a tirar y sirve, al mismo tiempo, para introducirnos de lleno en una apasionante aventura y una interesantísima cultura, representada y explicada con detalles curiosísimos, pero destacados de una manera tan certera que muy pocos autores alcanzan a conseguir en sus obras.

Asensi demuestra en Todo bajo el cielo un absoluto dominio del ritmo narrativo, sobresale su maestría a la hora de dosificar la información al lector. Parece como si la autora calibrara perfectamente el momento en que el lector se pregunta algo, para en ocasiones responderlo y en otras demorarlo hasta que la historia desee descubrirlo por sí misma.

La alicantina, al igual que ya hiciera en anteriores novelas como El salón de ámbar, que nos traslada a la Alemania nazi, o Iacobus, que llegaba hasta el Vaticano, de una manera natural, ágil y absolutamente justificada dentro de su historia, hace alarde de un don a todas luces apreciable, la oportunísima descripción. Justamente esto ocurre en la novela que nos ocupa, Todo bajo el cielo, que nos acerca de un modo sigiloso a un país remoto, pero con tan buena fortuna que el lector se ve rápidamente atrapado por una historia como la que nos presenta, bien documentada, intrigante y, tras cuya lectura, China nos queda un poco más cerca.

21 noviembre 2006

Se busca profesor



"Quizás esto último te resulte un poco difícil de digerir, Sofía. Empiezo de nuevo: Sócrates pensaba que era imposible ser feliz si uno actúa en contra de sus convicciones. Y el que sepa cómo se llega a ser un hombre feliz, intentará serlo.
Por ello, quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna persona querrá ser infeliz, ¿no?
¿Tú qué crees, Sofía? ¿Podrás vivir feliz si constantemente haces cosas que en el fondo sabes que no están bien? Hay muchos que constantemente mienten, y roban, y hablan mal de los demás. ¡De acuerdo! Seguramente saben que eso no está bien, o que no es justo, si prefieres. ¿Pero crees que eso les hace felices?
Sócrates no pensaba así.
Cuando Sofía hubo leído la carta sobre Sócrates, la metió en la caja y salió al jardín.
Quería meterse en casa antes de que su madre volviera de la compra, para evitar un montón de preguntas sobre dónde había estado. Además, había prometido fregar los platos.
Estaba llenando de agua la pila cuando entró su madre con dos bolsas de compra.
Quizás por eso dijo:
— Pareces estar un poco en la luna últimamente, Sofía.
Sofía no sabía por qué lo decía, simplemente se le escapó:
—Sócrates también lo estaba.
—¿Sócrates?
La madre abrió los ojos de par en par.
—Es una pena que tuviera que pagar con su vida por ello —prosiguió Sofía muy pensativa.
—¡Pero Sofía! ¡Ya no sé qué decir!
—Tampoco lo sabía Sócrates. Lo único que sabía era que no sabía nada en absoluto. Y, sin embargo, era la persona más sabia de Atenas.
La madre estaba atónita. Al final dijo:
—¿Es algo que has aprendido en el instituto?
Sofía negó enérgicamente con la cabeza.
—Allí no aprendemos nada...
La gran diferencia entre un maestro de escuela y un auténtico filosofo es que el maestro cree que sabe un montón e intenta obligar a los alumnos a aprender. Un filósofo intenta averiguar las cosas junto con los alumnos. "

Jostein Gaarder
El mundo de Sofía (fragmento)

19 noviembre 2006

Divina sociopatía

A pesar de la temática adolescente, Ghost World no es otra peli acerca de las crisis hormonales que provoca la pubertad. Enid (Thora Birch) y Rebeca (Scarlet Johansson) viven al margen de convenciones y tópicos de teenagers americanos. Una pequeña muestra es la actitud de ambas chicas durante la fiesta de graduación.

Mientras a Rebeca le impulsa el deseo de independizarse y flirtear con una vida entre lo convencional y lo independiente, basada en un trabajo basura que le permita vivir a su aire; Enid ocupa su tiempo con Seymour (Steve Buscemi), un extraño coleccionista de vinilos antiguos y empleado de una empresa de comida rápida que le proporciona un entretenimiento más en su verano. El nexo de unión entre ambos personajes, con una —a priori— insalvable falla generacional que les distancia, son músicos como Vince Giordano, Lionel Belasco o Mohammed Rafi que aderezan esos momentos en que Enid se para a pensar, divagar y, por fin, se decide actuar.
Ghost World es la adaptación cinematográfica de una maravillosa novela gráfica de Daniel Clowes, maestro a la hora de plasmar la secuenciación de las acciones y cuidar al detalle el desarrollo de su historia. Una novela gráfica se basa en eso, en que el lector se hace rápidamente con la dinámica de la lectura del propio texto y de la secuenciación de las imágenes a las que acompaña. Es como si aprendiéramos a leer de nuevo, de izquierda a derecha, pero no sólo palabras, sino también imágenes. Eso mismo queda reflejado en el film a través de una dirección y un guión basados férreamente en el cómic, siendo así fiel al espíritu de la obra.

Definitivamente los actores comprendieron y cumplieron su misión. Mención especial merecen Thora Birch y Steve Buscemi, así como Illeana Douglas en el papel de una excéntrica profesora de arte. De igual manera es reseñable una correcta Scarlett Johansson en uno de sus pasos previos al cine genuinamente blockbuster. El director (Terry Zwigoff) de la versión cinematográfica del cómic de Clowes, tras muchos documentales, se lanzó con esta película a dirigir largometrajes tras haber rechazado propuestas muy holliwood como Las vírgenes suicidas.
Una estética abrasadoramente independiente y un talante envidiable que dejan claro que aquellos que no se pueden relacionar con el 99% de la población, bien por su sociopatía o por abruptas diferencias, también tienen las mismas inseguridades y dilemas que el resto.

Gafas de pasta a go-go, entre el marrón más gastado y el rojo más putón, entre lo inexpresivo y lo transparente, entre la pose y la actitud…Todos los personajes configuran esa galería de contrastes que al final te hace sentir menos solo y dibuja una inabarcable sonrisa.
Decididamente una película que deja con ganas de más. Con situaciones que nacen de esa certeza tan optimista que es la adolescencia y que se ven dinamitadas por el deseo de los propios adolescentes por salir de esa etapa a toda mecha.
…tal vez una película sólo apta para curiosos receptivos y modernos impenitentes…

08 noviembre 2006

Tresestrellas


He oído mucho acerca de tresestrellas y el rock de cámara y el folk y el pop…todas las etiquetas que ayudan un poco a entender de qué palo va el grupo. La primera sorpresa me la llevé con una canción hace un par de años que se llamaba “El bosque”. Luego llegó una versión de Leonard Cohen (“lover, lover, lover”) que dejaba ver un punto en este universo de incandescencias musicales. Ahora editan un ep con 5 canciones que constituyen un punto de inflexión para el grupo haciendo gala de esa facilidad para crear una atmósfera musical. La música de estas canciones que presentan está plagada de detalles que contribuyen siempre a una nueva invitación a ser escuchada, y si me apura, a ser explorada. Por otro lado, la voz de la señorita Valle marca perfectamente la densidad de la canción, subiendo y bajando, susurrando, balbuceando, recitando, entonando… hilando fino palabra tras palabra hasta componer la frase.

El resultado final es algo genuino y personal, que resulta familiar, pero que marca la diferencia. En mi opinión esto sucede porque la voz y la música de cada canción empasta definitivamente bien con la temática de la canción. Es esa una de las razones por las que resulta tan pegajoso el resultado. Como diría Virginia Wolf, una de las cosas más importantes en la novela (como en la música) es el ritmo, todo se basa en eso. El de tresestrellas es como una marea que de modo sigiloso e imprevisto te atrae y te arrastra hacia esa verdad en claroscuro que dibujan. Es lo bonito de ellos, generan un momento envolvente en el que lo más fácil es evadirse hacia donde uno quiere. Aparte de esa melancolía urgente que destilan, no creo que la música pueda ser más generosa en libertad que la que practica este trío.

>>Tresestrellas en MySpace

Start

Escribir en un blog es como lanzar una flecha al aire para que, si hay suerte, dé en alguna diana distante en el espacio y en el tiempo. Justamente este hecho tan azaroso de disparar al aire, sin ningún objetivo en el punto de mira, puede reportar ciertas satisfacciones o, por el contrario, traer quebraderos de cabeza.

Harina de otro costal sería lo certero o errado del disparo, aunque primero debería aclarar hacia dónde se dirige dicho disparo —que sería igual que preguntar acerca de el por qué de este blog—. En primer lugar, tengo una memoria de pez para ciertas cosas. Y es que me sucede a menudo que olvido con facilidad las cosas que acabo de ver, vivir, sentir…Una de las razones primordiales es esa, reservar un pequeño espacio al que poder volver para recordarme por qué algo me gustó, me sorprendió o me defraudó. No significa, en cambio, exponer sin escrúpulos partes de mí o de la gente que me rodea. This is not such a personal thing!! Este blog no será tan íntimo y, no nos engañemos, no es para tanto.

Lo bueno del blog es que en ocasiones se puede convertir en un grafiti, como una manera de que “alguien” proponga el inicio de una cadena que otros van a continuar. Este grafiti sería el blog. Un espacio en el que se acomoda todo aquello que quieres compartir con gente (a la que quieres y a las que desconoces). Supone un elemento de entretenimiento y un proceso de escritura, en el que a solas, las cosas llegan a ser mucho más libres, por el hecho de que nadie nos mira y, en consecuencia, nadie coarta una palabra o frase con su presencia a veces inquisidora.

Ahora todo está en blanco y supone un reto: escribir, opinar, dar cuenta de algo…y algo que importa mucho en estos casos: no cansarme. A medida que avance el blog, éste tomará un caríz y cierta personalidad, algo que ahora supone un reto. Veremos si lo consigo.Besos para todos, elbuenaviador