22 diciembre 2006

Optimismo de bolsillo


Voy a comprarme un libro
Que me diga qué hago mal

[Calles y Avenidas, la buena vida]

Es curioso cómo a veces nos empeñamos en hacer las cosas bien. Creo que pocas veces sucede que vayan bien las cosas y recurras a un libro en el que buscar orientación. Generalmente tendemos a colgarnos los galones como enteros y absolutos responsables de nuestro éxito. Y obviamente a todo el mundo le encanta esa sensación. Pocas veces la he sentido. No sé si una o dos veces, pero puedo decir que en ambas ocasiones me ha resultado tremendamente gratificante honrarme a mí mismo y, dicho sea de paso, se me ha hecho cortísimo ese proceso de autoalabanza.
Por el contrario, cuando estamos mal, la cosa cambia. Cambia muchísimo. Vemos un sentido muy profundo en cosas que antes tomábamos como algo tremendamente banal. Reparamos en detalles nimios de manera trágica, dando a veces un carácter tan trascendental que puede hacer que nos deprimamos e incluso rayemos la paranoia. Es, según estudios de mercado editorial, cuando una persona tiende a buscar una respuesta en los llamados libros de autoayuda.

¿Por qué los libros y no el psicólogo o los amigos?
Primero por el firme convencimiento de que la situación está absolutamente controlada. Aparte de ese control sobre el asunto en cuestión, la lectura es algo íntimo y, en consecuencia, no es necesario molestar a nadie. Así evitamos el que un tercero juzgue o cotillee en un problema que al final no le importa. Por otro lado, el psicólogo es para casos en los que el asunto nos supera y flaquean las fuerzas, cosa que hace que no podamos reunir todas las fuerzas para remontar vuelo. El psicólogo sería algo así como un entrenador que marca pautas a seguir para pisar firme.
Una página de Internet recomienda un libro de autoayuda y hace la siguiente llamada de atención:

Este libro es un recurso interactivo que te acompaña en la recuperación de heridas emocionales producidas por: enfermedad grave, accidente de tráfico o laboral, conflicto bélico, atentado terrorista, despido laboral, jubilación, maltrato psicológico, maltrato físico, muerte, inundación, incendio, ruptura…

Está claro que todo el mundo, en mayor o menor medida, ha estado cerca de uno de estos acontecimientos. No obstante, cuidado, su fin es captar un lector (cliente, hablando en términos de mercado).
La cuestión es: ¿por qué las personas nos sentimos legitimadas si a nuestro alrededor hace todo el mundo algo parecido o similar?
Yo he leído un libro por el curiosidad que me despertó escucharlo de una amiga. Dice que le fue útil para algo. Eso es lo que me sonaba más raro. Todo estaba aparentemente bien, aunque solo era aparentemente. Supongo que no exteriorizó lo que sentía, nadie reparó en problema alguno. No obstante, el libro delataba que algo estaba pasando. A lo mejor es que el problema no era grave o, tal vez, se solucionó a golpes de pildoritas contenidas en las balsámicas hojas de la autoayuda.
El libro en cuestión era La fuerza del optimismo. Escrito por un psiquiatra español, Luis Rojas Marcos, quien hace alarde de una coherente línea de razonamiento que le concede el apoyarse en nombres muy prestigiados a lo largo de la historia:

«El hombre es una criatura dotada de tal ración de agresividad que le sería fácil exterminarse… Sólo nos queda esperar que el eterno Eros —el instinto de vivir— despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha contra su no menos inmortal adversario Tánatos —el instinto de destruir—. Mas ¿quién podría vaticinar el desenlace final?».
Sigmund Freud, El malestar de la cultura