04 agosto 2010

Los colores de Estambul


Casi por casualidad desemboqué en esta ciudad. Un destino no barajado y como una opción muy lejana para cuando no tuviera nada mejor que hacer. El caso es que ha sido realmente sorprendente, he vuelto con ganas de más y sobre todo ha sido un viaje muy divertido.

Una pequeña gira por el centro de la península de Anatolia (Capadocia), una fugaz parada en Ankara para más tarde (tras varias horas de bus) llegar a su ciudad más representativa (que no la capital): Estambul.

Una ciudad desordenada, sobre la que acumulaba una serie de prejuicios infundados y que han quedado totalmente atrás. Desordenada porque yo, que me considero un conductor prudente y para nada amigo de las temeridades, he visto cómo muchos conductores se saltaban líneas contínuas, invadían cebreados de las calzadas, adelantaban por donde podían, revasaban límites de velocidad (donde el límite es 30 km/h podían alcanzar perfectamente los 80)... Algo que hacía impensable coger el coche en un lugar en el que sabes que si respetas mínimamente las normas, vas a causar un caos de telediario... y no estábamos allí para eso.

Prejuicios por un país en el que la religión mayoritaria es musulmana, aunque allí me enteré que Turquía está definido constitucionalmente como un país laico (caso muy semejante a España, ¿no?).

Otro detalle importante fue la amabilidad turca, en ocasiones nos asaltaron para prestarnos ayuda y pronunciar un "May I help you?" que ponía todo mucho más fácil.

El bazar de las especias y una brutal borrachera de olores y colores, el gran bazar y el regateo que todos los comerciantes esperaban de los turistas.

Es extraño, a la par que curioso, pasar de una calle perfectamente iluminada a otra en la que apenas ves si no te esfuerzas, calles limpias a calles repletas de la basura que producen los negocios a lo largo de todo el día. Llama la atención, igualmente, que por toda la ciudad haya gatos que conviven con los nativos y los turistas en amor y compaña. Esto me ha encantado, especialmente porque los turcos parecen profesarles casi un respeto egipcio a los mininos.

Un destino recomendable, siempre.