31 agosto 2010

Por la senda de... Jirafas en mi pelo

Es posible que ya estemos más que hartos de escuchar historias sobre la Generación Beat, sobre Kerouac, Ginsberg y los de siempre. No obstante, esta historia con la que en verano nos ha premiado La Cúpula merece ser tenida en cuenta.
Una historia sobre un muchacho judío Bruce Paley (autor de la obra que narra su biografía y deja ver su concepción de la vida) que inicia su periplo por EE.UU. yendo de charco en charco y tratando de hacer de su vida un punto al margen del síndrome de la monotonía oficinista que caracterizó el "American way of life" de los 60 en adelante en los Estados Unidos.

Importa destacar los guiños que sus autores hacen a los Beat, pero también es importante tener en cuenta que los catalogan como autores que han de leerse en un momento determinado de la vida (cuando se es joven). Es cierto que hemos escuchado gran cantidad de veces que no se puede ser moderno sin haber leído a Kerouac -eso dicen algunos-, pero no menos cierto es que todas esas ideas forman parte de una nebulosa de optimismo y ombliguismo que a todos nos afecta en algún momento de nuestra vida. Pasa el tiempo y aquella extraña sensación de sentirnos tan especiales tiene una respuesta.

¿Por qué te crees tan especial? Si ya tienes una respuesta para eso, probablemente no hay ningún riesgo en que leas "On the road", esto es, no vas a alterar tu vida de costumbres y rutinas bien trazadas para hacer locuras que sólo tú entiendes porque nacen de ti mismo. Sin embargo, es necesario para darnos cuenta de cuánto dejamos atrás y si realmente merece la pena dejarlo pasar o realizamos un último intento.

Esta pareja de autores (protagonista y su mujer, que ilustra la novela) construye una obra que desde la distancia ensalza ideales, buenas intenciones y el romanticismo de una época... y sobre todo, la libertad de poder decidir en cualquier momento qué hacer sin tener que quebrarte la cabeza para encontrar una justificación... porque muchas veces las cosas pasan porque sí...

Es un libro muy entretenido que puede gustar si encuentras un modo desprejuiciado de asumir a Bruce.

Vibrante y emocionante

"Me muero por ir al cielo" es la última novela que Vergara ha publicado en España de la popular escritora norteamericana Fannie Flagg. La autora de "Tomates verdes fritos en el café de Whistle Stop" vuelve sobre el sur de los Estados Unidos y retrata a una anciana de Misuri y su experiencia cercana a la muerte. En esas dos líneas narrativas, la del más allá y la del más acá, Elner Shimfissle da buena cuenta de la galería de personajes que la rodean en vida y en muerte.

Una galería de personajes peculiares que hacen que el lector se enganche de inmediato a ese sentido del humor que sólo ella sabe transmitir a sus obras, pero que a la misma vez es capaz de tornarlo como un ejercicio de alquimia en algo trascendente y emocionante.

Sin caer en la sensiblería (a veces sí) hace gala de su peculiar sentido del humor recurriendo siempre a lo sencillo y natural. Retrata personajes buenos (en el sentido más machadiano de la palabra) y que encaran la vida con la mayor honestidad y candidez probables. Muestra al lector una conclusión rápida y eficaz, consiguiendo una empatía que muchas veces te hace desear ser Elner o como mínimo poderla conocer en persona.

Hay varias conclusiones que se pueden sacar de una obra sencilla y poco ambiciosa como ésta: la vida es un regalo. Y en particular, este regalo puede terminarse en cualquier momento. Es inútil intentar controlar todo lo que nos rodea, el azar, el destino y lo que nosotros provocamos accidentalmente llega casi de manera indefectible. Varios personajes de la novela concluyen en algún momento "Uno no sabe lo que va a pasar dentro de un minuto". Y no hay nada más cierto que eso.

Lo mejor es leerlo y disfrutar de cada página. Sólo tiene una pega, se acaba pronto. A pesar de que muchos hayan visto en esta obra un nuevo intento de engancharse al espíritu de la celebrada "Tomates verdes fritos...", merece la pena leerla. Cantidad de casposos recomiendan las obras de García Márquez como si fueran el zénit literario y se olvidan de algo muy importante: DISFRUTAR de la historia. En fin, ellos se pierden la posibilidad de disfrutar con algo sencillo y natural... y sin poses tan artificiosas que ni ellos se creen.

05 agosto 2010

El hombre que vino de las olas.

You and your heart / To the sea / No good with faces / At or with me / When I look up / From the clouds / My little girl / Turn your love / The upsetter / Red wine, mistakes, mythology / Pictures of people taking pictures / Anything but the truth / Only the ocean / Better together.

Lo que puedes leer antes de este post son los títulos de las canciones que integran el último álbum de Jack Johnson: To the sea. Puedes memorizarlas bien, irte a por el título que más te llame la atención, pero lo que sí se puede asegurar es que de la primera a la última son magníficas y te acercan a un pedazo de cantante, personal y con la única ambición de hacer música de playa, para pasar el rato y hacerte vibrar. Qué buen comienzo tiene el álbum con una de mis canciones favoritas: "You and your heart", qué bien va desgranando el resto del disco para llegar a "At or with me", una canción alegre que invita a soltar el cuerpo (que diría mi tía), ponerse unas buenas gafas de sol y beber mojitos al atardecer en la playa [y mucho mejor si el sol se va poniendo a esas horas, aunque claro, todos necesitamos una música más perversa a esa hora ya, ¿o no?].
Este músico hawaiano vive en su isla y no le gusta mucho salir de ella, esa residencia se nota en canciones como "From the clouds" que tiene un discretísimo aire reggae que a medida que avanza, de alguna manera pretende ocultar...

"My little girl" es un dulce susurro con un mensaje muy claro. La canción es breve y con un estribillo muy fácil. Canta algo como...

Hey, little girl
You might not know this song
This another kind of song that you can sing along,
Hey, little girl
Maybe someday
At least that's what all the good people will say

Hey, little girl
Look what you've done You've gonna stole my heart and made it your own
Stole my heart and made it your own


Sé que ha sido padre recientemente, ¿se puede referir a su hija?
"Turn your love" es un ritmo simple y constante. Es la que más cansa por lo repetitiva que resulta y se hace al escucharla.

A pesar de todo, qué americano se vuelve con la canción "Red wine, mistakes, mythology", que es uno de mis títulos favoritos. ¡Qué armónica!

Vuelve la originalidad con "Pictures of people taking pictures", algo repetitivo y alegre, como las olas y el mar que hace de contexto para su música.

"Anything but the truth" es una melodía suave que preludia lo íntimo que nos va a contar... Aquí entramos en contacto con el núcleo duro del disco, como la verdad desconocida que reside en el fondo del mar y que como para cualquier cosa, siempre nos aproximamos, pero nunca llegamos a conocer realmente, quizás porque nunca terminamos de conocernos a nosotros mismos...o quizás porque siempre somos los mismos...

04 agosto 2010

ESTAMBUL. Los ojos de Orhan Pamuk.

Como labor de entrenamiento para el viaje a Estambul leí la obra homónima de Orhan Pamuk. Pensé que iba a hacer una guía de los lugares más reseñables de la ciudad y podría conocer la ciudad desde las entrañas. En realidad lo que el autor desgrana a lo largo de las más de cuatrocientas páginas es su infancia, cómo vivía su familia en el edificio Pamuk, cómo creció y evolucionó, dónde estudió, cómo vivió su primer amor y paralelo a su evolución vital expone el cambio de esa ciudad, desde su fisonomía hasta su carácter (dónde sitúa él su origen y en quién se ha convertido Estambul).

Aparte de proporcionar un mayor conocimiento de datos históricos que propiciaron diferentes cambios en la ciudad y la historia de Estambul, nos hace bucear en un mar de sensaciones, recuerdos, impresiones y opiniones de su autor.

Uno de los pasajes que más me llamó la atención fue el hecho de que el canal del Bósforo hubiera asistido a numerosos choques de cargueros de armas, petróleo. etc.. accidentes que hicieron que las numerosas casitas y grandes mansiones de madera que poblaban las orillas del Cuerno de Oro desde el Siglo XIX empezaron a desaparecer pasto de las llamas. Cuenta Pamuk que cuando era adolescente y algún barco estallaba en llamas despidiendo planchas de acero incendiadas hacia las márgenes del canal provocando grandiosos incendios, muchos de sus amigos se avisaban en cadena para acercarse a algunos de las colinas cercanas al barrio de Taksim o el palacio de Dolmabahce para contemplar el terrible espectáculo que precedía a la ruina.

Motivado por este hecho me decidí a poner atención en buscar alguna de esas casitas. Sólo encontré una. Si no fuera porque yo aparezco junto a la casita, la pondría, pero el pudor me obliga a no colgarla. Algún día la dejaré como rastro.

Los colores de Estambul


Casi por casualidad desemboqué en esta ciudad. Un destino no barajado y como una opción muy lejana para cuando no tuviera nada mejor que hacer. El caso es que ha sido realmente sorprendente, he vuelto con ganas de más y sobre todo ha sido un viaje muy divertido.

Una pequeña gira por el centro de la península de Anatolia (Capadocia), una fugaz parada en Ankara para más tarde (tras varias horas de bus) llegar a su ciudad más representativa (que no la capital): Estambul.

Una ciudad desordenada, sobre la que acumulaba una serie de prejuicios infundados y que han quedado totalmente atrás. Desordenada porque yo, que me considero un conductor prudente y para nada amigo de las temeridades, he visto cómo muchos conductores se saltaban líneas contínuas, invadían cebreados de las calzadas, adelantaban por donde podían, revasaban límites de velocidad (donde el límite es 30 km/h podían alcanzar perfectamente los 80)... Algo que hacía impensable coger el coche en un lugar en el que sabes que si respetas mínimamente las normas, vas a causar un caos de telediario... y no estábamos allí para eso.

Prejuicios por un país en el que la religión mayoritaria es musulmana, aunque allí me enteré que Turquía está definido constitucionalmente como un país laico (caso muy semejante a España, ¿no?).

Otro detalle importante fue la amabilidad turca, en ocasiones nos asaltaron para prestarnos ayuda y pronunciar un "May I help you?" que ponía todo mucho más fácil.

El bazar de las especias y una brutal borrachera de olores y colores, el gran bazar y el regateo que todos los comerciantes esperaban de los turistas.

Es extraño, a la par que curioso, pasar de una calle perfectamente iluminada a otra en la que apenas ves si no te esfuerzas, calles limpias a calles repletas de la basura que producen los negocios a lo largo de todo el día. Llama la atención, igualmente, que por toda la ciudad haya gatos que conviven con los nativos y los turistas en amor y compaña. Esto me ha encantado, especialmente porque los turcos parecen profesarles casi un respeto egipcio a los mininos.

Un destino recomendable, siempre.