27 noviembre 2006

Más dura será la caida


El Amor
dura tres años

El amor es un combate perdido de antemano”. Así comienza la novela de Frédéric Beigbeder, un texto en el que el autor, tomando como hilo conductor el proceso de separación de su mujer y progresivo enamoramiento de otra, elabora una teoría tan hilarante como desvergonzada del amor y su duración.

Habla del amor como algo fortuito y siempre condenado al fracaso. La concepción del amor queda reflejada basándolo en el entendimiento del mismo como una actividad hormonal frenética que supone conocer a alguien que desestabiliza tu panorama afectivo. Ahonda en la cuestión de la duración del amor alegando una experiencia propia. Propone dicha situación como ejemplo, pero que en cualquier caso, sea cual sea, sucede lo mismo indefectiblemente. Con ese pretexto y, en medio de esa devacle que supone el divorcio del protagonista, nos lleva por todo tipo de fiestas de sociedad parisinas, tugurios de mala muerte y relaciones sociales tan insustanciales que el lector no alcanza a entrar de lleno en la trama por sentirse asqueado ante el ambiente que se le propone. En consecuencia, nos deleita con párrafos como el que sigue:

Así que, arrastrándome, regreso a casa, con el rostro inundado de poppers derramado, apestando a pies y boca, hacía años que no estaba tan borracho, con unas ganas terribles de vomitar y cagar al mismo tiempo, imposible hacer las dos cosas a la vez, hay que elegir. Elijo evacuar primero mi diarrea, sentado en el retrete, una salsa infecta y pestilente salpica la loza…

Se nota una altísima dosis de credibilidad, tal vez (no soy consciente) por el hecho de que está basado en una experiencia personal –autobiográfica, dicho de otro modo-. Este carácter pseudobiográfico hace que, honestamente, el libro sea leído más por morbo que por cualidades estéticas o literarias.

Beigbeder destaca en este libro por la ingente cantidad de aserciones y conclusiones tremendamente previsibles, es decir, frases y opiniones que todos hemos escuchado tantas veces que “casi” se vacían de contenido. Frases como las siguientes inundan el libro: “Hay que decidirse: o vives con alguien o lo deseas. No se puede desear lo que se tiene, es antinatural Digo “casi” por el hecho de que no sorprende en absoluto, pero sí que contribuye a dibujar al personaje en cuestión. No obstante, me parece una opción poco acertada, pues el lector se anticipa sin quererlo, palpita ferozmente la ausencia de espontaneidad y, para colmo, dilata la acción innecesariamente.

Otras lindezas con las que nos deleita rezan lo siguiente: “Todas mis preocupaciones nacen de mi incapacidad pueril por renunciar a la novedad, de una necesidad enfermiza de ceder a la atracción de mil posibilidades increíbles que ofrece el porvenir. Es increíble cómo me excita mucho más lo que no conozco que lo que ya conozco. ¿Acaso soy anormal?” Correcto, señor Beigbeder, para nada es anormal, pero sí simple. Tan simple que antes de la mitad del libro el receptor ya ha llegado a la conclusión -provablemente sin equivocarse- de que este libro es como un gran páramo regado con sal.

Confieso que lo terminé porque lo empecé, y más por morbo y callar mi conciencia al tirar 12.95 € directamente a la basura. Terminaré esta reseña haciéndome eco de palabras del propio autor:

¿qué quieres que haga si esto es lo más grave que me ha ocurrido? Éste es el libro de un niño mimado, dedicado a todos los imprudentes que son demasiado puros para vivir felices. El libro de aquellos a los que les toca apechugar con el peor papel y a los que nadie compadece. El libro de aquellos que no deberían sufrir por una separación que ellos mismos han provocado…

...ahora, leerlo depende de tí...