03 julio 2009

No hay nada más aburrido que un adicción

Es cierto que cuando tienes entre tus manos un libro como este no puedes evitar el llevártelo. Su formato ya te gana, independientemente del contenido que te espera en sus páginas. En este caso, hablando con una amiga (y el libro de por medio) argumentaba que esta editorial tenía una gran cantidad de aciertos gracias a que incluía en su catálogo obras que iban encaminadas directamente a buscar el "escándalo por el escándalo" pero "¿qué me aportas de nuevo?". Puede que tenga razón -en parte- pero en parte no.

Uno puede preguntarse qué hay de nuevo en un par de yonquis abocados a una destrucción absotuta o, más precisos, autodestrucción más que consciente y lo que ello conlleva: una degradación total y absoluta del ser humano vencido por sus debilidades, que no son otras que la incapacidad para afrontar de una manera entera los sinsabores a los que nos somete la propia existencia y tener que buscar en las drogas "un momento de paz" o más bien de "refugio".

No hay nada nuevo (ni siquiera morboso en esos personajes), pero sí lo hay si se plantéan como Tony O´Neill los ha sabido dibujar. Llega un momento en el que Susan y su marido te provocan nauseas, más tarde es el interés por ver cómo en un momento tan delicado de sus vidas (su universo se puede quebrar en cualqueir momento) todo puede saltar por los aires.

Colgados en Murder Mile es un descenso a los infiernos. Supone la lucha a vida o muerte de los personajes consigo mismos. Tienen tanto que arreglar como nada que perder: todo.
Con una prosa ágil, que ensarta humor y cinismo en el texto a partes iguales, se retrata la adicción. Un mirar hacia dentro de un personaje del que no conocemos el nombre, pero que (gracias al material extra del libro) podemos llegar a identificar con el autor.
La autenticidad de los personajes radica en saber identificarnos con lo que nos quieren decir, lo cual pasa en primer lugar por un concienzudo proceso de desprejuiciarnos y volcar nuestras mejores intenciones en la lectura.

Un yonqui que huye de Londres para instalarse en Los Ángeles y terminar volviendo a Londres. Alguien que tuvo sus edad dorada en el final de los años 90, cuando multitud de grupos pertenecientes al BritPop salían, se consolidaban y otros se esfumaban. A su vuelta, y como él mismo dice, el panorama británico está de capa caída. Aún así comprende, y así nos lo hace saber, que a finales de los 90 Oasis ya sonaban a rancio. Es así como el protagonista trata de arrojar luz a su vida y tomar como una tabla salvavidas esa pasión: la música.
La banda sonora del libro apabulla porque va desde Garbage, Oasis, Primal Scream, Brian Jonestown Massacre, Ramones, The Gun Club, My Bloody Valentine, Kenickie, The Fall, White Sport, The Cell, David Bowie, Lou Reed...y un largo etcétera que nos pone en situación de este ex-moderno metido a crítico que refuta el canon del buen gusto (con dudosa credibilidad) indie de la manera más errática que podamos imaginar.

En mi vida había escuchado el nombre de tantas drogas y tantas mezclas y tampoco sabía cómo se inicia un proceso de desintoxicación a base de jarabe de metadona y lo espeluznante que puede llegar a ser el síndrome de abstinencia.

Espero y avanzo en la lectura con la firme decisión de saber cómo va a terminar todo de una vez por todas. Lo hago, convencido de que el final está cerca (a pesar de que germinan esperanzas en el progreso errático del protagonista masculino). La historia engancha y, en general, tiene un inicio morboso, una continuación correcta, una tercera parte muy emocionante que preludia algo grande y reseñable, pero que al final se desluce un poco.

Recomentable. O como propone su autor (Tony O´Neill) mejor leer el primer capítulo en la librería -que es muy corto- y ya sabes de qué rollo va la historia.

Ahora bien, un 10 para la edición, el material extra del libro (reseña por autor similar, entrevista al autor, impresiones del propio autor, etc...). Es como una edición de lujo en un cd de música.