01 octubre 2010

360º de resaca


Tras el concierto de U2 en Sevilla, hay varias cosas que me han quedado claras.

Primero: ni me acordaba del tiempo que hacía que no me tiraba al suelo para beber y charlar con amigos. Es curioso, especialmente en una persona como yo que entendió desde el primer momento que la prohibición del "botellón" y el vandalismo y suciedad que llevaba aparejado, era necesario erradicarlo. Como Sevilla no es una ciudad con medias tintas, sino más bien de extremos, la cosa se comentó mucho (como casi siempre más de lo debido) y con la cada vez menos razón.
El caso es que me descubrí reviviendo los años mozos en los que llegué a esta ciudad, cuando hacer botellón era una novedad para mí y una excusa para alternar con gente de lo más variopinta hasta las tantas de la mañana y, finalmente, decidir erróneamente dónde ir. En aquel momento los locales que triunfaban tenían una vida efímera, tanto como la moda de la temporada. En mi tierra a eso se le llama novelería y, en consecuencia, el hecho de que determinados lugares trataran de remontar el caprichoso gusto de sevillanos y foráneos mimetizados era algo en vano.

Me reí mucho. Hice fotos y me di cuenta de que en estos macroeventos el botellón está permitido y que también está incívicamente ASUMIDO por parte de los asistentes y de la organización (cosa que me parece más grave) que todo va a quedar hecho un asco y el servicio de limpieza local tendrá que emplearse a fondo al día siguiente.

La entrada al Estadio de La Cartuja fue muy fácil, extrañamente fluida. Una vez dentro la puntualidad era la orden del día y los norteamericanos INTERPOL arrancaron a la hora prevista. Su líder, Paul Banks, en un perfecto español entre canción y canción se ganaba al público que hacía tiempo para recibir a Bono y los suyos. Este grupo lo conocí hace unos años, pero como muchas cosas en mi "trayectoria" musical quedaron suspendidos en un punto muy concreto. Fue una sorpresa y un golpe de morriña tremendo. Por ello me propuse que compraría su nuevo disco (y lo haré).

Pararon y se despidieron educadamente con la seguridad de haber cumplido su cometido. Un cronómetro se puso en marcha y cuando marcó las doce en punto, el lugar estalló en gritos y empezaron a jalear al grupo estrella.
La apertura del concierto, aparte de jalear a la ciudad y demás, corrió a cargo del tema "Beautiful day" el clásico más reciente de los dublineses. Con este comienzo saltaron las alarmas y algún acople y disparo en el sonido, todo parecía que iba a seguir por ese derrotero chusquero. Entiendo que el problema se debió de solventar rápido, porque la cosa no fue a mayores POR SUERTE.

El grupo fue desgranando parte de su extenso repertorio acuñado durante treinta años de carrera y los asistentes más fanáticos disfrutaron con cada gesto de su líder. Yo, que no me desvivo por ellos, disfruté de la propuesta y como una toma de contacto muy cruda con el grueso de la leyenda de U2. Un espectáculo de luces y sonido bien pensado y muy bien ejecutado. Supongo que ante 80.000 personas prefirieron no jugársela y cualquier error posible se solventó en segundos. De no haber sido porque en mitad del concierto unos gilipollas pasados de coca daban saltos a destiempo, la cosa habría sido inusitadamente perfecta. En fin, que me quedo con el momento en que Bono se interpretó a sí mismo y a Pavarotti, la interpretación de "One" y "I still haven´t found what im locking for". Un espectáculo recomendable, que debes ver si tienes ocasión y, lo más importante, no resultó pretencioso y mostró por qué están ahí.