03 octubre 2010

La memoria. Mi pasado. Nuestra vida.


Este fin de semana pintaba de lo más aburrido, a pesar de que el precipitado viaje tenía como fin entregar un regalo que llevaba uno tiempo pensando hacer. Lo hice, hizo ilusión y charlamos largo rato. Bonita noche de sábado charlando, comentando y "La Noria" del pedorro de Jordi González de fondo (sí, a nadie se le ocurrió cambiar).

Hoy, después de una brevísima siesta y un café, fui al campo. A la vuelta cogía de paso el cementerio del pueblo en el que viví mi infancia y adolescencia, cada día menos cercana, pero ha sido realmente extraño dar unos pasos y entrar en el camposanto. Las remodelaciones de la entrada me sorprendiero, no las conocía, pero sí reconocí las primeras tumbas que quedan a la izquierda y la derecha. Las más antiguas fueron las construidas a la espalda de ambas fachadas del recinto y que datan de los años 60. Justo en la entrada, donde en la construcción original había una sala para velar los cuerpos y frente a ésta una pequeña morgue donde no sé si alguna vez se practicó alguna autopsia, habían desaparecido. Ha quedado una entrada más espaciosa, pero eché de menos esas salas con las que tanto he fabulado en mi adolescencia, especialmente en los momentos que rodeaban al uno de noviembre (cuando todo el pueblo acudía en masa, día y noche, al cementerio para engalanar las tumbas de sus antepasados con flores y pequeños candiles que hacían las lápidas tremendamente vistosas).

Sin duda el olfato tiene memoria y hoy ha venido a mí aquel olor a cera quemándose cuando las velas en plena noche de difuntos se iban consumiendo y recordaban a todos aquellos que ya no están, salvo en la memoria de quienes les han sobrevivido. Hoy he comprendido que la prueba más palpable de que nos hacemos mayores es que hay gente de la que se habla en pasado, que fue, que ya no está y que hoy se reducen a un puñado de recuerdos. Hoy me he sentido más adulto y más frágil. ¡Qué poca cosa somos!

Ha habido paradas sobrecogedoras, gente que conocí, antiguos compañeros de colegio, vecinos y vecinas del pueblo de quienes recuerdo su cara, pero no sé qué relación pueden guardar con la gente que hoy me pueda encontrar en la localidad.

Las frases de las lápidas han sido muy llamativas. En ocasiones me han parecido muy bíblicas (dado el caso, supongo que es lo que procede), otras muy cinematográficas, pero en cualquier caso, poniéndome en la piel de quien se despide, han sido TODAS profundamente sentidas. Los hay que tuvieron una vida llena de conflictos, grandes gestas, éxitos valorados por toda la comunidad, encontronazos y fuertes desencuentros con la legalidad, pero de todos modos, atrás quedó...ahora están atados al recuerdo que todos guardemos de ellos. Me ha dado por pensar en lo frágil que es la memoria y la facilidad que uno, salvo en ocasiones, tiene para segir adelante. Comprendo que lo efímero de un recuerdo viene dado, esencialmente, por la proximidad que hubiera en la relación con esa persona y concretamente con lo que te ha hermanado con la persona que se fue, en la complicidad que se desarrolló en los años en los que nos conocimos (lo determinante o insustancial que fue nuestro encuentro).

Lo volátil de la memoria me asusta. Quizás eso me recuerda por qué en determinados momentos escribo en un blog. Y lo que más me ha gustado: cuántas historias hay detrás de toda esa gente que ya no está. Parece un poco hipócrita recordarlos como mártires o santos que no fueron, y no como personas que acertaron o erraron en sus decisiones y acciones, pero que en mayor o menos medida vivieron y HOY a mí me han recordado lo importante que es la vida, un REGALO que en ocasiones no apreciamos.