20 octubre 2010

Noches de arándano


Si Las chicas de oro (las de verdad) se reunían en su cocina entorno a una tarta de queso para debatir cualquier cosa que hubiera sucedido a alguna de las integrantes de esa casa, en la película de Won Kar Wai es la tarta de arándano la que hace de elemento que regula las endorfinas de la protagonista que tras romper con su novio de una manera drástica (parece que la deja por otra) pierde el rumbo. Al entrar en un bar, el camarero habla con ella, él guarda sus llaves y éste le invita a una tarta de arándano. Poco a poco, a medida que avanza la noche le va dando claves de cómo entender la vida, las relaciones y una frase para la posteridad:

"Mi madre me enseñó que cuando te encuentra perdido lo mejor es quedarte en el sitio hasta que te orientes"

Lizzie, la protagonista, entra y sale del bar, dudando sobre lo que realmente debe hacer. Se va, pierde un taxi y vuelve a por las llaves. Decide ir a casa y desde la acera puede ver que en la ventana está su ya ex-novio con su repuesto. Decide largarse y cruza la calle...

El camarero acaba por echar de menos a su clienta nocturna que ha decidido huir sin una dirección previamente trazada...y sin pensarlo se haya haciendo parte de la famosa ruta 66 americana.

La primera parada la hace en Memphis, donde tropieza con varios personajes perdidos en la noche y en el día, especialmente el interpretado por el gran David Strathairn, que hace de policía convertido en basura de noche y que juega a estar bien de día. Mantiene una fuerte adicción al alcohol, del que esa noche se despide por todo lo alto celebrando su última noche bebiendo. Un policía que como Lizzie no sabe cómo lidiar con el hecho de que su mujer ahora se ha convertido en su ex mujer y su vida carece de sentido sin ella...un sentido que ahoga en alcohol. Tras el desenlace de esta pieza, la camarera se lanza a su nuevo destino.

La siguiente parada la hará en Nevada. Su llegada a Las Vegas hace que entre a trabajar en un casino en el que se encuentra con el personaje interpretado por Natalie Portman, una chica que se lo juega todo cada noche en el casino y que trata de hacer dinero cada noche. Así es como la protagonista gana un coche y empieza a caminar con ella. Lo que no sabe es que este personaje será el que le haga apostar por algo: o dejas que te engañen o engañas...en ambas opciones hay un riesgo de que te tragues el farol o aprendas a mantenerte firme en lo que crees ver y hacer.

Particularmente me gustó este papel porque descubrí a una Leia Organa solvente, capaz de enfrentarse a un papel pequeño, con matices y del que destaca por su naturalidad y espontaneidad. Esa naturalidad es la que hace que esté radiante en pantalla.

Esta última anécdota supone el broche final del peregrinaje de Lizzie a lo largo de esa línea americana. Ahora toca lo más difícil: volver al sitio que dejaste sin avisar, con la certeza de que algo habrá cambiado o no, con la incertidumbre de si todo sigue igual o, lo más importante, ella ya no es la misma.

Una frase gloriosa de la voz en off de la protagonista cierra la película. Al iniciar este viaje cuando contempla cómo su pareja ha rehecho su vida sin decir ni pío, rota y sin rumbo decide cruzar la calle y largarse. Empezar de nuevo. Cruza la calle por el lado más ancho y también el más peligroso. Finalmente argumenta que no importa lo ancha que sea la calle si lo que te espera al otro lado merece la pena...y siempre merece la pena. Pase lo que pase.

Una película con grandes nombres, un director chino que hace una pelícual a la que quizás no se le prestó en su momento toda la atención que merecía, pero sin duda todo este plantel de actores atesoran en su filmografía el haber llevado a cabo una de las grandes películas olvidadas y en el futuro reivindicadas.