Cada mañana tempranito cogíamos el camino en una furgoneta que nos protegía del frío, lo cual siempre es de agradecer. Una manía -que yo aplaudo- de mi padre es el llegar al campo y encontrar ramón (ramas secas de olivo) para hacer una lumbre que nos caliente y contribuya a olvidarnos un poco del frío.
Al principio forrados de abrigo hasta las cejas para poco a poco ir desprendiéndonos de esas capas de ropaje.
Comenzábamos y todo era un poco duro. Después de tanto tiempo uno no se acostumbra de nuevo a un trabajo tan físico. Sin embargo he salido indemne, además de con un buen color de piel y una aceptable puesta a punto física.
En esta primera semana de trabajo la cosa no pinta mal. Todo bajo control después de lo vivido, pero pensando en viajar.
Tuve tiempo de hacer algunas fotos como las que siguen: